Viaje de iniciación: de Croisic a Saint Malo





Este viaje empezó como un simple recorrido por la costa de Bretaña y Normandía y me transformó. Fue un viaje tejido entre sueños, señales y memorias antiguas que despertaron en mí. Cada lugar se presentó como un portal, un umbral de conciencia, una iniciación.


En Croisic, la primera parada, sentí la llamada del océano. El agua, inmensa y silenciosa, me devolvió al origen. Allí, mis sueños me hablaban de la confianza en lo invisible: avanzar como el barco que parte sin mapa, guiado solo por la marea. Fue un recordatorio de que la vida me pide soltar el control y navegar hacia lo desconocido.


En Carnac, los megalitos se alzaban como guardianes de la memoria ancestral. Entre esas piedras milenarias se abrió un recuerdo profundo: el de los pueblos antiguos que sabían escuchar la Tierra y alinearse con las estrellas. Allí viví una iniciación de enraizamiento y de poder. Fue como si cada piedra me susurrara: “Eres parte de esta cadena, eres guardiana de la memoria viva.”


De esta conexión nació un canto, un mantra que trae consigo la vibración de las piedras y la memoria que resguardan.




🔑 Mantra de Carnac: 

Canto de las Llaves de Piedra



Na-í, So-ham, Da-rei

(Ondas que despiertan la memoria)


Ko-rah, El-nu, Ma-shaí

(Luces que se alinean en la tierra)


Yo soy la piedra que canta,

yo soy el eco del mar,

yo soy el cielo en la roca,

la llave que vuelve a sonar.


Repite primero en susurro, luego en voz plena, y finalmente en silencio.

Cada vez que lo entones, visualiza las piedras brillando como notas de una partitura de luz: cada una resuena, cada una despierta, y tu voz se convierte en el puente.


En el Mont Saint-Michel, la iniciación llegó en forma de sueño. En él me veía como una caballera, subiendo al monte con armadura. Paso a paso iba despojándome de ese peso, de esas capas de defensa y de lucha que ya no eran necesarias. Al llegar a la cima, sólo quedaba en mí un vestido blanco, sencillo, de algodón. Comprendí el mensaje:



  • Ya no necesito luchar ni protegerme.
  • La armadura fue útil, pero ahora el camino es transparencia.
  • La fuerza no está en la espada, sino en la pureza del ser desnudo.



Ese sueño me mostró que mi rol espiritual está cambiando: de guerrera a mujer sagrada, de la batalla a la irradiación de la verdad esencial.


En Saint Malo, ciudad de corsarios y navegantes, la enseñanza fue diferente: el mar aquí no era calma, sino fuerza. El oleaje contra las murallas me habló de coraje, de atravesar los vientos y sostener el rumbo. Sentí que mis propios sueños de expansión —de viajes, de encuentros, de nuevas aperturas— resonaban con la valentía de quienes se lanzaron al océano sin certezas.





Este recorrido fue más que geográfico:



  • En Croisic, aprendí a confiar en el misterio.
  • En Carnac, recordé la raíz y la memoria ancestral.
  • En el Mont Saint-Michel, solté la armadura y abracé la sencillez de la esencia.
  • En Saint Malo, recibí la fuerza del mar para expandirme sin miedo.



Hoy, al volver, siento que no regreso igual. Camino más ligera, más consciente de los portales abiertos y de los sueños que siguen marcando el rumbo.





🌊✨ Invocación del viaje



Que el mar de Croisic nos enseñe a confiar en lo invisible.

Que las piedras de Carnac nos devuelvan la memoria sagrada.

Que el monte de San Miguel nos recuerde que la verdadera fuerza es la pureza del ser.

Y que las olas de Saint Malo nos impulsen a expandirnos con valentía.


Así el viaje exterior se convierte en mapa interior,

y cada paso se abre como un portal de luz en el camino del alma.


Marta Tadeo



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