Las voces de los fantasmas sin descanso


Durante años he tenido sueños lucidos, sueños en los que revivo situaciones, en las que revivo lugares y vidas. Durante años he pensado que eran vidas mías pasadas y he vivido turbada pensando que tenía que ver yo con lo soñado. 

Desde la Gestalt aprendí que todo sueño tiene que ver con aspectos nuestros, y en algunos casos si encaja, en otros me cuesta poderlo gestionar desde la razón, especialmente los sueños en los que revivo situaciones, detalles y vivencias con una claridad turbadora. 

Hace poco, entendí que como lo denominaba Jung, estaba en resonancia con el inconsciente colectivo, aquellas vivencias que la humanidad almacena, unas ya sanadas otras por sanar, y entendí que durante estos sueños daba vida a una vivencia de la humanidad sin resolver, en especial a la Segunda Guerra Mundial y al Guerra Civil española, yo lo denomino ahora las voces de los fantasmas y decidí darles voz, escribir lo que he revivido y como se dice en Gestalt no intentar solucionar, simplemente dejar que sean lo que son. 

Como para mi la escritura es una herramienta para sobrevivir y entenderme  mi mejor o simplemente como una manera de soltar aquello que vivo, he decido escribirlo como relatos cortos.


Relatos de guerra y huida


Los rojos huyen


Apostados en un nido junto a nuestra ametralladora oteamos el horizonte en busca de aviones enemigos. Las ráfagas surgen a chorros apuntando a los aviones que nos sobrevuelan. Seguimos órdenes, hace tiempo que ya nos cuestionamos nuestras acciones pero por miedo no decimos nada a nuestros superiores. Sus caras nos reflejan dudas y temor, un nerviosismo que antes no tenían. Hacia nosotros las órdenes son clara, no abandonar nuestro puesto, disparar  a los aviones que nos sobrevuelan. Cada vez tenemos menos armamento y más horas de soledad.
Hasta el último momento continuamos disparando, pero nos quedamos sin balas y nuestros  superiores no dan señales de vida. 

Nos miramos a la cara, sin saber muy bien que decir, mi compañero tiene la fatiga grabada en sus ojos y espera que yo le dé las instrucciones, hace tiempo que dejó de pensar por si mismo, solo cumple órdenes. El cielo lo sobrevuelan unas ocas, en formación triangular.

-Nos tenemos que ir, le digo. 
-¿Y las armas?, me pregunta. 
-Las dejamos, ya no nos sirven.Tenemos que cruzar la frontera, coge tus cosas y marchemos.

Nuestro uniforme está viejo y roto pero es lo único que tenemos de abrigo, por el camino pasamos granjas, en una de ella robamos ropa y algo de comida, estamos hambrientos. Enterramos nuestro uniforme viejo, nos abrigamos con ropa de granjero. Tenemos frío y hambre, miedo y soledad. Lejos nos quedan los días de gloria cuando creíamos y luchábamos por la libertad, cuando pensamos que nuestra lucha era la correcta, que ganaríamos, que el pueblo se alzaría en contra de la opresión. Seguimos más oprimidos que nunca, y hemos perdido la guerra, atrás quedan los discursos de nuestros líderes. Donde se habrán escondido, a Venezuela.

Parece que mi compañero me lee los pensamientos, me pregunta si nos marcharemos a Venezuela, le contesto que no, no tenemos dinero para el trayecto, solo tenemos lo que llevamos puesto y la experiencia de una guerra atroz, las imágenes de muerte han quedado grabadas en nuestra mente y aparecen sin avisar en cualquier momento, incluso el ruido, el olor a sangre, ….
Nos iremos a Francia, cruzaremos la frontera.
Los pueblos parecen fantasmas, la gente anda con bultos en la espalda, niños, ancianos, mujeres arrastran sus bienes, con la cara grabada del horror, con los ojos vidriosos del hambre y del frío. No hay fuerzas para ayudar al que queda rezagado, o sigues o mueres.
Andamos por pueblos vacíos, nos sentimos observados , pero nadie nos acoge. Entramos en un hostal, la mujer nos indica un gesto que la sigamos, está asustada. Nos deja dormir esa noche en el suelo de la cocina, mañana nos tenemos que ir. Agradezco haber aprendido francés para poder entender mínimamente lo que me dice y mis lágrimas brotan de mis ojos, hoy podremos comer y dormir en un lugar caliente, mañana el destino nos dirá.”


Los Nazis se esconden



“Mis pasos suenan seguros entra la hileras de muertos que se amontonan a mis dos lados. Los cadáveres se han de apilar bien. Brazos, piernas, cabezas, cuerpos sin vida esqueléticos, parecen muñecos duros, en sus rostros muecas de dolor de horror.

Mi paso es seguro en ese pasillo de muerte, con mis manos cogidas detrás de mi espalda y mi abrigo que me cubre hasta las rodillas, miro a mi alrededor, sin ninguna emoción, sólo miro.
Al fondo unos soldados rasos se burlan de unos cadáveres, hacen como si bailaran con ellos, los insultan y se ríen. Les recrimino su actitud, o no? creo que solo lo he pensado, de mis labios no ha surgido ningún comentarios de que sean más respetuosos. En cuanto llego a su lado se cuadran y me saludan, cuando me marcho oigo aún las risas y los insultos, no les he dicho nada, que pensarían de mi, que estoy a favor de los judíos, que tengo simpatía por ellos, podría ser causa de juicio por traición, si los soldados les hubieran contado a mis superiores mi atención hacia los muertos apilados en el patio. 

Es una noche fría, me enciendo un cigarrillo, el humo hace una nube espesa a mi alrededor, hace tiempo que las ordenes que recibo son crueles y sin sentido, las cumplo por miedo y las doy con autoridad para que las apliquen. Estamos  perdiendo la guerra y hemos de acabar y matar a todos, el trabajo se amontona.

Ya no hay nadie que me dé indicaciones, estoy solo en mi despacho, el revolver está sobre mi mesa, quizás un tiro en la cabeza acabaría con mi angustia, quizás no? el sabor metálico del miedo y la adrenalina no se marcha de mi boca. Tengo que huir, hacia donde. Me quito mi uniforme, me visto con ropa de los prisioneros, huyo de noche, sin nada, ni documentación, algo de dinero, nada de comida. 

Tengo miedo, tantos años creándome un futuro en el régimen militar alemán, conseguí tener un puesto de honor, era reconocido por mis compañeros, creía que luchaba por mi país, para defender mi patria, hubo órdenes que no entendía, pero me adiestraron para cumplirlas y hacerlas cumplir, a pesar de que en mi conciencia sabía que aquello no estaba bien.

Lo sabía, pero que podía hacer, quería seguir viviendo y tenía un cargo de poder.
Huyo de noche hacía el próximo pueblo, allí hay una estación de tren, no me reconocerán. Tengo miedo, mi respiración es entrecortada, temo por mi vida y la defiendo con dientes. 

En la estación hay dos hileras de gente, un control, hay soldados americanos que exigen a todos antes de subir al tren que realicen una maniobran con las manos, no entiendo que significa. En cuanto me voy acercando me doy cuenta que los soldados entrenados realizarían la acción con destreza automática, los civiles no, es una  criba para descubrir soldados nazis escondidos, podré fingir que no lo ser hacer, podré pasar el control.


Llegó a la linea y un soldado me colocar su arma en mi sien, la noto fría y dura, no puedo respirar, el dolor en mi garganta en terrible. seré capaz de pasar”.

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