Una lacra mundial

Conservo recuerdos de mi infancia en los que aún siendo muy niña, entendía que era peligroso permanecer al lado y a solas con el cura de mi colegio. Era un hecho cotidiano esquivarlo para no tener una mala experiencia y preparar el discurso cuando me tenía que confesar, porque en mi época las niñas de 11 años se confesaban, por obligación. La explicación era que como ya sabían los padres que era un colegio religioso, se entendía que los niños debías de ser católicos y practicantes.
Años más tarde, ya hecha una mujer, asistí a una boda en un pueblo de Andalucía. Entre tapas y cañas me explicaron que el cura que los casaría había abusado de los niños y niñas del pueblo y había sido denunciado, pero a pesar de la denuncia seguía ejerciendo.
Los abusos sexuales a temprana edad marcan de manera muy profunda en las relaciones sexuales y emocionales de las personas, entienden que la autoridad tiene poder sobre su voluntad y produce un rechazo casi inmediato al cuerpo, ya que éste ha sido el culpable del “pecado” y despertar el deseo al otro.
¿Por qué permitimos estos abusos? Independientemente si son curas o no, las personas que abusan de niños merecen ser juzgados por su hechos y si han sido probados, condenados por nuestras leyes. Juzgar y condenar a los curas y sacerdotes que han cometido estos agravios no es juzgar y condenar a la iglesia, sino a sus componentes. Hay un discurso en el cual, cuando explicas los hechos, inmediatamente se dice que la iglesia realiza una labor social y espiritual imprescindible y por unos “pocos” no vamos a condenar a la organización. Bien, estos “pocos” son:
En un informe de la BBC, de 2004, señalaba que el 4% del clero católico de Estados Unidos ha estado implicado en prácticas sexuales con menores (unos 4.000 sacerdotes en 50 años). Más de un centenar de miembros de la Iglesia Católica australiana han sido condenados por abusar sexualmente de un millar de víctimas, según la organización Broken Rites. Los abusos y las denuncias han sido reiterativas en Chile, Argentina, España, Colombia, México, Bélgica, Reino Unido, Alemania, Holanda, Francia, Irlanda y también en África o en Asia, donde no hay sensibilidad social para rechazar los abusos.
El Vaticano, tras la evidencia del problema de estos “pocos” y de la conciencia de que han de afrontarlo, parece que se ha dispuesto a terminar de una vez con el “silencio cómplice” de la Iglesia católica con respecto a la pederastia. En febrero de este año 2012 realizaron un simposio para prevenir y atajar los abusos a menores por parte de los clérigos.
Tras mi reflexión me gustaría trasmitir un mensaje positivo de todo ello, éste es que no hay que permitir NUNCA ningún tipo de abuso y si somos víctimas o espectadores tenemos la OBLIGACIÓN de denunciarlo. Solo el trabajo conjunto de todos nosotros hará posible proteger a nuestros niños. ¡Hagamoslo, por favor!

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